Un pequeño planeta azul

Y bueno, es que despedirse de este año es complejo. Y cómo no, si dejó tanto para unos y tan poco a otros.


He de aceptarlo, este año me negué a escribir, me cerré mucho a las redes sociales, hablé y compartí muy poco con muchas personas que amo y quise además  hacer huelga de celular más de una vez (sin gran éxito). ¿Por qué?, puede ser porque para variar me encontraba en una posición privilegiada y quiero aclarar que hasta este momento del año soy capaz de aceptarlas y, respirarla y valorarla. Y es que este año bisiesto tuve vergüenza de ser feliz mientras todos se quejaban, aun sigo sin entender porque en vez de contagiar felicidad, me deje contagiar del virus de la ingratitud y la insatisfacción por cada cosa dejándome decaer y sentirme mal por muchas cosas que me brillaban al andar. Así fue que...

Empecé el año con mi familia, mi novio y una noticia que me llenaba de ilusión el año. En menos de un mes del 2020 mi actual esposo pidió mi mano en un lugar muy hermoso y de una manera tan tímida como él (eso no le quita claramente lo lindo y especial). 

Por gusto propio y un poco a regañadientes por la prontitud quise que mi matrimonio fuera el día más perdido del año, un 29 de febrero. (Y es que si ustedes lo piensan, qué mejor para aprovechar el día extra del año para hacer algo hermoso y único). 

Así mismo viajamos con Bernie a Cartagena, ya en noticias y murmurándose un virus en el mundo. En nuestra luna de miel pudimos ver un atardecer sentados en la playa, así como hicimos caminatas nocturnas y también nos dimos una vuelta por la ciudad antigua que seguía llena de gente. 

Todo esto bello, para saber que una semana después cerrarían TODO. Nuestros planes de apartamento quedaron en el aire, mis ganas de llevar a las montañas a mis sobrinos se dificultaron y para rematar me suspendieron el contrato. 


Aun así una luz blanca guiaba mi camino... Leia, quien crecía lentamente en mi vientre, me obligó a leer y leer y seguir leyendo sobre lo más bello que puede hacer un cuerpo: ¡Crear vida!. Estaba muy emocionada en muchos sentidos, pero leer los comentarios de muchas personas, ver noticias y ver cómo el mundo estaba colapsando, opacaban mi luz y me sentía muy vulnerable al mundo y sus miradas. Es por eso que gran parte de mi familia se enteró casi al final del camino que sería mamá y no se diga mis redes en donde comenté faltando dos semanas para el alumbramiento. 

Después de tanto tiempo esperando, ¡llegó el día!. Por fin sería el día en el cual conocería a mi más grande tesoro (mi pimpollo). Fue una jornada de apretones de manos con mi esposo, muchos mensajes por WhatsApp y unos dolores que se olvidan después de conocer al amor de la vida de una madre. A ese momento lo llamé: felicidad.

Pero como todo en este año, no pasó una semana de luz cuando una horrible nube turbia oscureció la perspectiva en mi familia... Murió el abuelito (sale un suspiro...) 

A mi pesar me sentí desilusionada, triste, impotente y lo peor desagradecida con la vida. Con tan solo una semana de haber tenido a mi chiquita entré en una tristeza y lo que llaman depresión post parto que ni yo misma sabía cómo había llegado ahí. No sabía a quien acudir y empecé a quejarme de todo a discutir y a permitir que lo acumulado saliera negativamente de mi cuerpo y alma. Con tan mala suerte que mi cuerpo se cargó de todo ese mal y no generó suficiente oxitocina produciendo poca o nada prolactina. Me frustré por no poder lactar a mi hija tradicionalmente. Llevándome por unos altibajos de emociones y contraindicaciones que me hundían más y más en una ola de pesimismo. 

Sentía que habían muchas cosas mal, porque mi mamá lloraba y todos en mi familia sufrían un luto, ¿y yo? Yo quería estar feliz, yo experimentaba algo hermoso y era la vida misma. Un ser que solo necesitaba de abrazos y canciones de cuna para calmar su inseguridad. Pero en  vez de abrazarme a ese sentimiento, me complique y destroce muchas cosas, yo en el proceso. 

Han pasado 4 meses desde que mi hija nació, tuvimos un destete prematuro el cual acepto día a día, ella por el contrario es tan independiente que lo aceptó mejor que yo, haciéndome entender qué hay otras maneras de demostrarle que el amor no tiene nada que ver con la leche que le doy (porque créanme en el mundo de las mamás también existen esas mamás perfectas que critican a las que deciden implementar leches artificiales por x ó y razón). 

Ya he aceptado mucho, como por ejemplo ya me di el espacio para llorar por la muerte de mi abuelito sin sentir culpas y dejar salir ese sentimiento que no supe manejar. Ya no me importa parecer mamá súper fan que solo quiere fotos de su bebé en todos lados (hasta en la pantalla de mi celular). Al fin y al cabo ser mamá me hizo muy feliz y mi hija merece saberlo y claramente sentirlo.

Ya acepté también que el 2020 fue un año de muchas dificultades y que para muchos fue una perdida de tiempo o el peor de sus existencias pero para mi, este año es hasta ahora el mejor año de mi vida. 

Como siempre: gracias Dios por permitirme una fortuna como la que me diste este año. Mi familia Bernie y Leia ❣️







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